El clásico dirigido por Robert Zemeckis tuvo 3 etapas, como nuestros pasos por Goa: Agonda, Majorda y Panaji. El film que da origen al título de este posteo nos dejó con la idea que podrían haber habido más entregas sin aburrirnos. Y lo que vimos en Goa, fue como la película: daba para mucho más si hubiéramos querido. Historia, cultura y playa, todo en un solo estado.
«Dónde queda el Caribe sur ?» es la gran pregunta que se formulaban los fanáticos de Man Ray, una vieja banda argentina al escuchar ese hit. Fácil, en Goa. Si hay un caribe en el sur, debe ser ahí:
Goa, donde católicos e hinduistas se dan la mano
El estado más pequeño y el cuarto menos poblado. Lo cual, considerando que hablamos de India, no significa que tenga poco espacio ni gente. Geográficamente separado entre Goa Sur y Norte, estuvimos en ambos lados para que no digan que discriminamos. Pero los que nos conocen saben que lo nuestro siempre es el sur y que solo vamos al norte a dar batalla (o comprar ropa barata, si hablamos de USA).
En algún momento bajo dominio del Sultanato de Delhi, luego Vasco Da Gama la anexó a Portugal y brevemente liderada por un Rey Musulmán. En el medio, misioneros españoles haciendo su trabajo y una breve ocupación británica.
El resultado no sorprende una vez que se conoce la historia: templos, mezquitas e iglesias repartidas a la vuelta de cada esquina. Arquitectura colonial, con colores que bien podrían encontrarse en Oaxaca o Lima sin llamar la atención, pero considerando que estamos en India, destacan visiblemente.
En el sur, nos detuvimos en Agonda y Majorda mientras que Panaji fue nuestro destino elegido en el norte. Le dimos 3 o 4 días a cada punto y siempre nos quedó la sensación que podíamos extender más la estadía. Y lógicamente, al dejar Goa coincidimos que podríamos haber agregado varios puntos más dentro del Estado.
Agonda, o como la primera impresión no es lo que cuenta
Moverse en transporte público en India tiene algunas ventajas. El costo, claramente es una de ellas. En contraposición, suele no ser tan cómodo, carece de horarios fijos y el idioma (o la falta del mismo, en todo caso), hace que la incomunicación sea moneda corriente. Y como resultado, enterarnos en medio del camino que el bus en el que estamos no para donde suponemos que lo hace.
Estamos de vacaciones, no vamos a amargarnos por tener que caminar 2 o 3 kilómetros que no teníamos en mente. A pleno sol del mediodía. Con las mochilas en la espalda. Claro que si eso no nos altera, descubrir que el hotel no está donde dice Google Maps, que nadie atienda en el número del hotel y finalmente tener que caminar un kilómetro más hasta llegar, seguramente si lo hará. No es necesario detallar el ninguneo verbal al que sometí a todo aquel del hotel que se me acercó, con voluntad o no de disculparse. Y eso que todavía no me había enterado que el WiFi era pésimo o que la luz se cortaba en la ciudad unas 20 veces por día…
Si el relato terminara acá, diríamos que la etapa Agonda fue un fiasco. Pero como suele suceder, una vez tocado fondo solo resta volver a subir.
El hotel no estaba cerca de la playa sino EN la playa. Ya había arena al salir de la habitación. El desayuno, realmente bueno, lo tomábamos cuidando que la marea nos nos mojara. Teníamos reposeras a disposición y muy lindos restaurantes de playa para almorzar y cenar. Y además, nos gustó mucho la playa (no solo por los delfines que venían a hacer sus piruetas por la costa al final del día).
Si bien era un lugar turístico, no del estilo de lo que vemos en India. Mucho inglés y francés (con lo cual, los menús y precios eran acordes), más familia o matrimonios que turismo mochilero (entendible en función de los precios).
Dejamos Agonda coincidiendo en que pese al errático inicio, nos había gustado. Quizás por razones diferentes, yo recordaré la calma de los atardeceres y Dany las papas del desayuno, pero ambos hubiéramos querido quedarnos más tiempo. Pero nos esperaba Majorda…
Majorda, o la nueva sede de la Madre Rusia
Llegamos haciendo un mix entre taxi, bus público y tuc tuc. Y funcionó, porque nos salió un 20% que ir solo en taxi e hicimos un muy buen tiempo entre un punto y otro.
Esta vez nuestro alojamiento nos gustó de principio a fin. Una casa colonial, con todo lo que podíamos necesitar y la cama más cómoda del viaje o casi y silencio reparador a nuestro alrededor. En este caso, no había nada cerca por lo que teníamos que caminar más de 1 kilómetro hasta llegar al mar, pero rodeados de animales, iglesias, mucha vegetación que daba sombra y los saludos de cada local que nos cruzábamos, lo que hacía no solo placentera la caminata sino que ya nos disponía para disfrutar el día.
De una playa angosta como Gokarna, a una media como Agonda hasta una muy amplia, como la que conocimos en Majorda. El mar arrancaba devorando todo a su paso y dejando apenas una franja de arena, pero con el correr del día, la arena ganaba el round y caminábamos más de 100 metros hasta el agua. Y valía la pena, una calidez caribeña nos esperaba para hacer que cada estadía en el agua se extendiera por una eternidad.
Y como si volviéramos a Phuket o Nha Trang, nos sentíamos en una colonia moscovita. Todos, pero todos los turistas, eran rusos. Quizás no había tanta gente porque la temporada recién se iniciaba pero si el menú está en ruso o un «beach shack» se llama «Masha’s», es un claro indicio del origen de la mayoría de los turistas. Pese a estar lejos de parecer rusos (por lo físico y presupuestario), al llegar nos sentíamos del primer mundo. Nos ofrecían reposeras, sombrillas y podíamos quedarnos todo el día sin sentirnos observados. Claro que comíamos donde nos establecíamos, una suerte de pacto entre caballeros (no te pago por usar tus instalaciones, pero consumo en el lugar).
«Un silencio que enamora» podría definir nuestro paso por Majorda, sin contar el karaoke ruso que vivimos en una cena. Y el tiempo, como el amor, a veces se termina. En cuanto se terminó nuestro amor tiempo en Majorda, fue momento de seguir hacia Panaji.
Panaji, o porque no solo de playa vive el hombre
Esta vez, 100% transporte público entre origen y destino. En Goa recuperamos nuestro espíritu miserable aventurero. Y por segunda vez en más de 9 meses, apostamos a AirBnB. Eso si, nos tocó una dúplex hermoso, moderno y gigante. Con Dany encontramos el lugar donde vivir (claro que ella querría eso en México y yo en Paris).
Fue aquí donde más vimos el efecto de la historia. Casitas dignas de la época colonial. Iglesias delante de templos que daban paso a mezquitas. Y todo coronado por vivos colores que no vimos en otras ciudades.
Se sentía extraño estar en India y ver todos nombres portugueses. No solo en los negocios con Fernandes o Gomes. Sino también en los barrios, como es el caso de Fontainhas. Callecitas que bien podrían ser de Lisboa y hasta Sevilla. Paredes adornadas con cruces católicas y el nombre de los arquitectos. Mucho café hipster, restaurante turístico y souvenir internacional, pero nada de eso le quita el encanto.
Como si eso no fuera suficiente, nos perdimos entre las calles de Old Goa. Allí vimos a una turba india recorriendo templos católicos y al igual que nosotros, muchos de ellos no pudiendo ingresar a algún templo por no estar vestidos «decorosamente». Después se preguntan por que las religiones tienen cada vez menos adeptos ?
Y como cierre, nos subimos a un pequeño ferry y cruzamos a la isla de Diwar. Tomamos un bus y recorrimos toda la isla, casi como si fuéramos japoneses que ven todo a través de una ventana de taxi. Claro, aquí no solo no había japoneses sino que ni turistas. Una manera perfecta de ver a los locales y conocer un poco más de sus costumbres.
Panaji fue un cierre perfecto para lo que esperábamos de Goa. Tan bueno, que nos dejó hambrientos de más, deseando ir pueblo a pueblo para conocer más de un lado de India que conocíamos de oído, gracias a nuestro amigo Derick, pero jamás imaginamos que sería realmente así.
Bonus track: otro hito en este viaje histórico
Cualquiera caería en la fácil: 288 días sin ver amigos o familia ? 288 días sin dormir en sus camas ? 288 días haciendo y deshaciendo mochilas ? No, eso no es nada (sin que se ofendan amigos, familia, camas y mochilas). En 288 días, solo 3 veces pudimos cocinar. Afortunadamente, la 3ra vez la pudimos concretar en Panaji.
Los noquis le salieron tan pero tan pero tan pero tan bien a Dany, que almorzamos y cenamos (y en mi caso, 2 platos). Vieron con qué poco nos alegramos ? Un platito de pasta casera y un viajecito de casi 300 días por 11 países asiáticos y ya nos sacan una sonrisa…
Se terminó el verano, vuelta al trabajo
Traducimos el título para aquellos que no captaron la metáfora. Por verano, nos referimos a estar en la playa, y por trabajo, al turismo más de recorrida histórica. Se terminó Goa y nos vamos hacia Hampi. Más historia, ruinas y caminatas bajo el sol. Veremos si cargamos las pilas lo suficiente para tener el envión necesario. Ganas no nos faltan.
Como siempre, fotos y fotos donde ya saben. No sean malos, denle «like» así se alegra como un indio cuando le pide selfie.